Confesiones

Ante la pantalla en blanco, me debato sobre qué tema puedo escribir. ¡Qué difícil es perder una costumbre, sin importar la frecuencia con la que la vivíamos! Mucho más cuando el paso de los años te hace malas jugadas, cada vez con más frecuencia, y ya no tenés la agilidad mental para sacar de la galera, casi de manera mágica, temas que te inspiran y logran emocionar a quienes te leen.

En fin, la vida es así y lo único que no tiene es remedio. Así que este desafío de volver a escribir es una brillante forma de demostrarme a mí misma que mi noviazgo con el periodismo continúa, a pesar de sus muchas traiciones y decepciones.

Me llamo Marilut Lluis O’Hara y en un tiempo muy lejano trabajé como periodista y columnista de política en algunos medios bastante importantes. Con el tiempo, mi relación con esos medios se fue deteriorando, por diversos factores, principalmente porque mi opinión no era muy bien vista por sectores de poder a los que la crítica les molestaba y no estaban dispuestos a tolerar a alguien “complicada e inalienable”, como me definieron alguna vez.

Así que se deshicieron de mí como de un insecto molesto y pasaron a otra cosa. Y nuevas generaciones de periodistas surgieron y las críticas hacia el poder se volvieron mucho más duras, pero los tiempos cambiaron y en el tiempo actual, ya no resulta tan fácil deshacerse de alguien por el solo hecho de que su opinión moleste.

Y es en esto en lo que quisiera detenerme. Ya sé, sigue tan campante la corrupción, tanto como en mi época, pero ahora el control es mayor. Ya no les resulta tan fácil joder a la ciudadanía, y si lo hacen, saben que a la vuelta de la esquina habrá alguien que los investigue y, quizás, consigan que caigan. Claro que siguen siendo los triunfos de la honestidad mucho menores que los de los sinvergüenzas, pero ahora ocurren cosas que años atrás eran impensables.

En su gran mayoría, la política sigue siendo un asco y continúa vendiéndose al mejor postor, al igual que gran parte de la Justicia. Pero ya no toda, aunque aún muy quedas, hay voces que se levantan en contra de este sistema de porquería que lleva sometiéndonos desde hace siglos, y aunque parezca mentira, hay gente que las escucha, y, lo más importante, les cree.

Por supuesto que estos cambios no harán que yo vuelva a tener un espacio de importancia en los medios, especialmente en los sectores de opinión. Y eso está bien, porque mi tiempo ya pasó. Hay demasiada sangre nueva, fervorosa y con ganas y convencimiento de que con su trabajo puede ayudar a cambiar el país. Es su tiempo, y eso es justo.

Hace muchos años tuve la oportunidad de mudarme a vivir en Canadá. Todo estaba preparado para que pudiera emigrar pero decidí quedarme. Dije en ese momento que este país iba a cambiar pronto y yo quería ser parte de ese cambio. Lo mismo que sienten hoy muchos colegas jóvenes, estoy segura de eso.

Me equivoqué, no vi el cambio, no el profundo, el real, ese que nos merecemos los ciudadanos de bien, que sigo convencida de que somos muchos más que los badulaques y delincuentes. Pero insisto, aunque sea mínimo, se siente que algunas cosas cambiaron. Así que puede que yo no vea realizarse mi sueño, pero quizás mi nieto, sí. Y eso sería más que suficiente para mí.